EL MATERIAL DE ÉSTE ESPACIO ES TIPEADO DIRECTAMENTE DE LOS LIBROS DE JEFF FOSTER
¿Qué sensación produce un deseo apremiante? ¿Qué sensación produce el ansia?
¿Qué sensación produce necesitar algo?
Es difícil describir o definir lo que es el ansia o lo que es el deseo imperioso.
Una vez más, nos referimos a deseos, ansias o necesidades como si supiéramos exactamente de qué hablamos. Pero, como venimos haciendo, vayamos más allá del relato, del relato del deseo imperioso, y volvamos a la experiencia real que tenemos de él momento a momento. Más allá del relato que nos contamos, ¿qué es lo que sucede en realidad?
Estoy sentado en mi silla favorita leyendo un libro. No falta nada.
Simplemente, la vida está sucediendo...; hay sonidos, olores, pensamientos, sentimientos, y todos vienen y van. Estoy disfrutando de la sencillez de este momento.
Y, de repente, me encuentro dominado por el ansia, el ansia de un cigarrillo.
¿Qué es lo que acaba de ocurrir? Volvamos a la experiencia del momento y recorrámosla a cámara lenta.
Primero ha aparecido un sentimiento de inquietud Algo de repente se sentía insatisfecho e incompleto, y quería estar completo otra vez. Quería echar mano... de un cigarrillo, de eso que pensaba que eliminaría ese sentimiento de incompletud, y he sentido el deseo imperioso de fumar —en otras palabras, el deseo imperioso de encontrar completud fumando—. Pensaba que fumar haría desaparecer el malestar.
Tiene algo de urgente, ese deseo imperioso, ¿verdad? Nunca es una experiencia relajada, tranquila, fluida. Algo se siente tenso y contraído. Da la sensación de que es necesario satisfacer algo urgentemente. De repente, la vida se reviste de un halo de urgencia. Tienes la sensación de que necesitas un cigarrillo ahora mismo..., no mañana, no dentro de un rato, sino ahora.
Hace unos momentos, la vida parecía estar completa. Yo permanecía cómodamente sentado en la silla leyendo un libro. No faltaba nada. Y ahora, de repente, siento como si faltara algo en mi experiencia presente. Se ha abierto un agujero en la experiencia presente. ¿Qué es lo que falta? ¿Qué puede llenar ese agujero? ¿Qué pondrá fin a esa carencia? ¿Es realmente posible que no falte nada y, de pronto, en un abrir y cerrar de ojos, falte algo?
Todos los deseos —de hecho, toda búsqueda— empieza siempre por una sensación de carencia, y luego esta sensación de carencia general pasa a ser la carencia de algo específico.
¿Qué es lo que falta? ¡Ah, ya sé! Falta un cigarrillo en la experiencia presente.
El agujero es un agujero con forma de cigarrillo. Si estuviera fumando justo ahora, la experiencia presente estaría completa; el cigarrillo haría que desapareciera el agujero.
El significado original de la palabra «querer» era «carecer». Ha sido en estos últimos siglos cuando «querer» se ha convertido en sinónimo de «desear». Por tanto, cuando digo: «Quiero un cigarrillo ahora mismo», lo que en realidad trato de decir es: «Siento como si ahora mismo careciera de un cigarrillo. Me falta un cigarrillo». Hace un momento, no faltaba. Luego, de repente, lo necesito.
De repente, carezco de un cigarrillo; de repente, quiero un cigarrillo...; es lo mismo.
Pero no es que el cigarrillo falte de la experiencia presente. La experiencia presente siempre está completa en sí misma. Nunca puede faltar nada de la experiencia presente, al igual que el océano nunca falta, sean cuales sean las olas que aparezcan. Solo el pensamiento podría decir que «falta algo», pero incluso eso es simplemente un pensamiento que aparece en este espacio abierto. pensamiento y el sentimiento de que falta algo no faltan de aquí! Están plenamente presentes. Nada, lo que se dice nada, falta en este momento.
El comienzo de una gran libertad es darse cuenta de que nunca falta nada en la experiencia presente. Lo único que existe jamás en este sentido es el relato, el sentimiento, de que falta algo, y todos los relatos y los sentimientos asociados a ellos aparecen en el espacio plenamente abierto que eres, que siempre está completo en sí mismo. No falta nada en el espacio abierto que eres, puesto que ese espacio abierto abarca todo cuanto viene y va. Incluso el más intenso sentimiento de carencia aparece y desaparece en lo que eres. Incluso la carencia forma parte de la completud de este momento. Aquí, donde estás, incluso la carencia está completa.
He aquí una analogía magnífica: imagina que estás viendo una escena de una película en la que hay unos personajes sentados a una mesa, hablando sobre otro personaje, que dicen que no se ha presentado a la comida. Pero, desde tu perspectiva de espectador, ¿falta realmente ese personaje, falta de la escena? No, la escena está completa tal como es. Los personajes que están sentados a la mesa y hablan sobre el que no está constituyen una escena completa de la película. Nada falta nunca de cualquier escena de una película. Nunca ves una escena y te dices: «No sé, qué extraño. En esta escena falta algo». Incluso aunque la escena sea sobre alguien que no aparece, sabes que en realidad no falta nada ni nadie. Ningún personaje puede faltar nunca en una película; cualquier escena de una película está siempre completa. De la misma manera, muere alguien a quien querías, y lo echas de menos, pero ¿falta de verdad? Nada ni nadie falta del océano de la vida.
Así que es mentira, una gran mentira, que te falte un cigarrillo. La carencia de ese cigarrillo es mentira. Es falso que quieras un cigarrillo.
Quiero dejar claro que, en última instancia, no tiene nada de malo querer cosas en la vida. Porque ahora corremos el riesgo de caer en otra trampa espiritual. A lo largo de los años he conocido a mucha gente que intentaba desesperadamente no querer nada, pensando que esa era la vía hacia la iluminación. Creían de verdad que una persona iluminada no quería nada.
En primer lugar, querer dejar de querer cosas es el querer más intenso de todos.
En segundo lugar, una vida en la que no se quisiera nada sería una vida de lo más insulsa. Dudo que sea posible ser humano, un ser humano vivo que respira, y no desear nada. Quiero ir a una galería de arte. Quiero una taza de te. Quiero hacer una visita a mi madre y a mi padre a los que amo con todo mi corazón. Te has tropezado, y te quiero ayudar a levantarte. Quiero tener un hijo. Quiero que leas mi libro. Quiero ser sincero contigo sobre lo que siento. Quiero salir de este campo de prisioneros de guerra. Todas estas son expresiones de la vida perfectas, y negarlas, o intentar fingir que no las tenemos, puede ser muy poco saludable. Intentar no querer nada es simplemente una parte más del juego de la búsqueda.
Creo que podría ser una ayuda diferenciar lo que es querer algo de forma auténtica, sana —por ejemplo: «Hoy quiero ir al parque»— y el querer que está basado en un sentimiento de carencia, motivado por la búsqueda, se podría decir—como por ejemplo: «Quiero un cigarrillo porque sin él me siento incompleto»—. Me parece que es muy importante hacer esta distinción.
Es cierto que muchas enseñanzas espirituales hablan del querer como algo negativo: «Querer es expresión del ego. Querer es egoísta. Querer es una ilusión. Querer es dualista. Querer conduce siempre al sufrimiento, y, si queremos poner fin al sufrimiento, debemos deshacernos de todos los deseos, de todos los apegos; debemos aspirar a vivir en un estado en que no queramos nada. Debemos dejar de querer tener dinero. Debemos dejar de querer tener posesiones. Debemos desprendernos de todo lo que tenemos y vivir en la calle. Entonces seremos libres. Debemos dejar de querer tener relaciones sexuales; debemos renunciar al deseo de tener ningún contacto sexual, y llevar una vida de castidad.
Entonces seremos puros y estaremos más cerca de Dios. Debemos dejar de querer sentir placer, porque el placer es malo y contrario a la espiritualidad, y solo si nos desconectamos de todas las fuentes de placer que hay en la vida, alcanzaremos la "iluminación”». Esto es lo que muchas enseñanzas espirituales parecen decir.
Pero la otra cara de la moneda es que, cuando renunciamos a todos nuestros deseos, acabamos llevando una vida tediosa, triste, desconectada de todo..., y siempre terminamos en guerra con las cosas que queremos. Porque, secretamente, en realidad no nos hemos desecho de ninguna de ellas, simplemente las hemos reprimido. Reprimimos el deseo sexual, por ejemplo, y fingimos ante los demás y ante nosotros mismos que nos hemos librado de él, pero secretamente el deseo de sexo continúa, y cuanto más nos empeñamos en enterrarlo, mayor es la amenaza de que explote..., hasta que al final explota. Y es fácil saber cuáles son las consecuencias de eso; fíjate en la cantidad de escándalos relacionados con líderes religiosos, supuestamente célibes, que ha habido en el último siglo. Cualquier cosa que intentemos reprimir acabará saliendo, tarde o temprano, de forma distorsionada. La fuerza vital sencillamente quiere expresarse; no se la puede refrenar.
Hace poco una mujer me hablaba de los veinte años, ni mucho menos felices, que llevaba casada con su marido. En los últimos años, había emprendido el camino de la búsqueda espiritual y había pasado muchas horas practicando cierto método dirigido a eliminar todos sus deseos en el marco del matrimonio..., porque los deseos, había llegado a entender, eran exigencias irracionales que nadie tenía derecho a hacer a otro ser humano. Así, una vez que dejara de querer nada de su marido, sería libre. Llamaba a este método «librarse del ego».
El caso es que había conseguido librarse de todos sus deseos, y, en cierto sentido, era maravilloso. Mucho, muchísimo de lo que había esperado de él eran exigencias absurdas e injustas, que habían sido expresión de su búsqueda a ciegas; habían sido tentativas de convertir a su marido en algo que, por más que quisiera, no podía ser, solo para complacerla. Intentar «arreglarle» había sido motivo de mucho sufrimiento para ella, así que era un alivio dejar de querer todas aquellas cosas sin sentido derivadas simplemente de su búsqueda.
Pero había llevado el exterminio demasiado lejos, y había acabado con todos los deseos. Y lo peor era que la relación con su marido no había mejorado nada. Lo había eliminado todo; de hecho, ya no quedaba apenas relación entre ellos. La relación se había muerto.
Le dije:
—Dime, ¿qué quieres de una relación?. Titubeó, y respondió luego:
—Ah, yo creía que no debía querer nada.
Se lo pregunté otra vez. Estuvo un rato largo pensando, pero no se le ocurría nada.
—Bueno, deja que te ayude —le dije—. ¿Qué te parece algo sencillo, como tener a alguien con quien hablar?
—Ah, sí, eso me gustaría, claro. Eso sería estupendo —contestó.
Me pareció una respuesta conmovedora. Había en ella un querer genuino, un querer auténtico, que no provenía de su búsqueda de completud, de un sentimiento de carencia.
Venía del corazón. Fue, en sí misma, una expresión preciosa y apasionada de la vida. Fue algo que quería genuina, auténticamente, y que había enterrado, intentando no querer nada en absoluto y ser libre. Este pequeño deseo sencillamente no había tenido la oportunidad de respirar. Al destruir todos sus deseos, había destruido aquello que quería de verdad. Había tirado las frutas frescas con las podridas.
No todo lo que queremos es expresión de una carencia. Cuando expresamos un querer sano, genuino, decimos algo como: «Quiero esto. Me gustaría experimentar esto. Pero, lo consiga o no, seguiré estando absolutamente bien. No conseguir lo que quiero no va a quitarle nada al bienestar de este momento».
Es diferente querer un cigarrillo que querer un cigarrillo para que te complete, algo que el cigarrillo no puede hacer. Querer un cigarrillo no es un problema, hasta que lo quieres para que te quite el malestar. Entonces, quererlo nace de la búsqueda, es un querer que expresa carencia, y que desembocará directamente en el sufrimiento y en una carencia aún mayor. Porque lo que estás diciendo en ese caso es: «Quiero esto, y si no lo consigo, no voy a estar bien. Lo único que va a hacer que todo esté bien es conseguir un cigarrillo».
Ese es un querer basado en la ilusión de la carencia, en la ilusión de que falta algo y en la ilusión de que solo un cigarrillo puede llenar el vacío.
Ya no vemos la realidad como es; hemos entrado en la búsqueda. Entramos en un sueño y, por tanto, en el sufrimiento.
Continuaremos con...
LA RESPUESTA A UN DESEO IMPERIOSO
Comentarios
La vida parece estar completa cuando "no me falta nada". Pero, apenas algo "pierdo": salud, seguridad económica, efecto etc entonces siento mi precariedad mi impermanecia las cosas alrededor carecen de sentido.
Desarrollar ecuanimidad frente al agrado y desagrado. Es un gran reto.
Sigo tratando.
Gracias.
gracias interesante
Excelente, gracias por compartir
Excelente!!!
gracias¡
Realmente es así. El que desea sufre. El deseo es la base del sufrimiento. Los orales o los mocos que no desean nada, sencillamente no sufren. Ese deseo puede ser tan negativo como positivo e igualmente es fuente de sufrimiento.
Muy interesante, gracias.
Muchas gracias
Gracias
MIL GRACIAS!